Desde que era pequeña sabía que quería estudiar Ciencias de la Actividad
Física y del Deporte; lo que no supe hasta que no estuve estudiando un año de
la carrera en República Checa era que mi verdadera vocación era trabajar con
niños con alguna discapacidad.
De esto me di cuenta cuando fui a un curso de Esquí adaptado. La duración
era de cinco días y en éste trabajaríamos con personas con discapacidad física con
el monoskí y niños con deficiencia visual y auditiva mediante diversos métodos.
En especial fue un niño checo, Tomásku, quien más abrió mi corazón hacia
este colectivo.
Fui al campamento de esquí sin haber esquiado nunca, incluso hacía unos
días que había visto la nieve por primera vez. Allí, a pesar de mi torpeza con
la nieve y de una lesión de la que no me había recuperado por completo, me
asignaron a un encantador niño de 8 años del que sólo me dijeron que era ciego
total. Al principio el niño pedía estar con su anterior monitora, pero en poco tiempo
comencé a animarme y a chapurrear las cuatro palabras en checo que había
aprendido y comenzamos a comunicarnos bastante bien. Subíamos juntos en el
cable esquí, bajábamos de la mano y aprendimos juntos a esquiar. Tomásku era
muy valiente, y lo hacía genial; en cuanto a mí, tenía muy claro que ese niño
no se me iba a caer durante la bajada, o por lo menos por mi culpa. ¡Vlava,
bravo, ruka! (izquierda, derecha, mano) Tres palabras eran las que nos
permitían coordinarnos en la bajada para saber el lado hacia el cual girar y
cuándo soltarnos o cogernos de la mano. Repitiendo esto una y otra vez y
animándonos a hacer con los esquís cosas cada vez más complejas, fui perdiendo
el miedo y cogiendo mayor fluidez con este deporte totalmente nuevo para mí.
A Tomásku le expliqué cómo eran sus esquís, tenían un feroz tigre blanco
dibujado en ellos. Le encantó saberlo. A partir de ese momento le comencé a
llamar “Tiger”. Mientras él subía en el cable esquí yo le gritaba ¡Tiger! y él
me gritaba en checo “Hola Evita, ¿cómo estás? Nos vemos arribaaaa”. Todos los
profesores y demás alumnos se sorprendían de ver lo bien que nos habíamos
llevado ese niño y yo en tan pocas horas. Le preguntaba a sus padres todo el
rato “ ¿Está Evita aquí conmigo?” Me pedía hacerse vídeos y fotos jugando
conmigo en los ratos libres para enseñárselos luego a sus amigos y trataba de
contarme cosas sobre su vida en general, aunque difícilmente yo le comprendía.
Dos niños con problemas auditivos también me cogieron mucho cariño, igual que yo a
ellos. Niños de 6 años que me ofrecían sus chucherías, me daban besitos en la
mejilla y fortísimos abrazos. Siempre se sentaban a mi lado y nos comunicábamos
a la perfección, puesto que ellos estaban acostumbrados a hablar por señas.
Miles de anécdotas más podría contar sobre estos maravillosos niños, pero
me limitaré a pensar cómo unos pequeños niños con los que no compartía ni si
quiera el idioma influyeran tanto en mi futuro profesional y me enseñasen en
cinco días cosas que yo sola no habría sido capaz de darme cuenta en toda una
vida.
La verdad es que trabajar con este colectivo es lo más gratificante que hay. Piensas que vas a enseñarles tú, pero son ellos quienes te enseñan. Las ganas de aprender, el cariño, la gratitud... es impresionante. Yo tuve la suerte de participar en una serie de sesiones de remo adaptado para personas con discapacidad intelectual y es una de las mejores experiencias que he podido experimentar durante la carrera.
ResponderEliminarQue historia más bonita Eva! Me has dejado de piedra! Las personas con discapacidad nos enseñan a vivir la vida sin darle tanta importancia a los pequeños problemas que nos pueden surgir! ;)
ResponderEliminarQue bonito Eva! Me encantan todas tus historias...siempre hay muchísimo de lo que aprender.
ResponderEliminarEs una bonita experiencia la que viviste en tu beca Erasmus y que te sirvió para muchas cosas; pero lo más maravilloso es que leyendo este artículo también tu beca Erasmus le sirvió a niños y niñas con discapacidades.
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